Por: Marisa Ruiz*
Se aseguraba que el huracán pasaría por esta tierra. El sol se ha puesto en el horizonte con suma puntualidad. En el mar, olas muy altas que han traído una espuma muy espesa, signo de que hay disturbios cerca.
Veracruz sabe a ritmo. En las calles vive el mar. Rostros de lucha, dilatados por los barcos; piel de siglos, enmohecida por los pasos de viajeros; ojos de atardeceres eternos."Vera Cruz", la del Viernes Santo, la verdadera cruz de Cortés. Victoriosa siempre a los ataques.
Cortés, al que tomamos por Quetzalcóatl y le ofrecimos nuestros mayores tesoros: nuestras tierras, nuestros cielos, nuestras estrellas. Crucificó a un pueblo; cruz de sangre, de dolor. Nos engendró. Heredamos su voz, la voz del sol que buscaba tierra firme. Jugamos a mirarnos los labios y a encontrar su palabra; jugamos en las noches a esperar al día, porque ¿qué más nos queda, si somos hijos de la espuma y de la arena? Nacimos de sus sueños de conquista. Reímos, para olvidarnos de nuestras desgracias, del destino que nos fue impuesto.
Una marimba replica voces africanas mientras un lechero en "La Parroquia" te acompaña a despedir la tarde. El puerto, se confundió de género. La puerta al Atlántico. El viento húmedo es son del tiempo.
La arena recuerda pasos de hombres nacidos en tierras distantes; hombres que naufragan suspiros desconocidos. Palpitan al ritmo de las olas que les dieron nombre. En las venas llevan sal. Sus ojos, brújulas del tiempo, navegan el horizonte.
La noche consume los barcos que se queman en las pupilas de los peatones, que como yo, recorren el malecón. La brisa nos moja los zapatos y entonces nos anclamos en algún rincón a pescar estrellas. Somos anzuelos. Atrapamos la nostalgia de los siglos.
Pensamos en los viajeros que vivieron estos cielos, en los que murieron en San Juan de Ulúa. Nos quedamos quietos porque el recuerdo sangra. Hacemos minutos de silencio y la vida se nos encoge. Imploramos que las olas no se rompan, que nos murmuren las historias de todos los que pisaron estas tierras. Miramos la torre alta que reverbera luz. En el horizonte aparecen bolas de fuego. Grandes naves misteriosas orientadas por el faro. ¡Tierra firme, tierra firme!, ya han encontrado.
Se aseguraba que el huracán pasaría por esta tierra. El sol se ha puesto en el horizonte con suma puntualidad. En el mar, olas muy altas que han traído una espuma muy espesa, signo de que hay disturbios cerca.
Veracruz sabe a ritmo. En las calles vive el mar. Rostros de lucha, dilatados por los barcos; piel de siglos, enmohecida por los pasos de viajeros; ojos de atardeceres eternos."Vera Cruz", la del Viernes Santo, la verdadera cruz de Cortés. Victoriosa siempre a los ataques.
Cortés, al que tomamos por Quetzalcóatl y le ofrecimos nuestros mayores tesoros: nuestras tierras, nuestros cielos, nuestras estrellas. Crucificó a un pueblo; cruz de sangre, de dolor. Nos engendró. Heredamos su voz, la voz del sol que buscaba tierra firme. Jugamos a mirarnos los labios y a encontrar su palabra; jugamos en las noches a esperar al día, porque ¿qué más nos queda, si somos hijos de la espuma y de la arena? Nacimos de sus sueños de conquista. Reímos, para olvidarnos de nuestras desgracias, del destino que nos fue impuesto.
Una marimba replica voces africanas mientras un lechero en "La Parroquia" te acompaña a despedir la tarde. El puerto, se confundió de género. La puerta al Atlántico. El viento húmedo es son del tiempo.
La arena recuerda pasos de hombres nacidos en tierras distantes; hombres que naufragan suspiros desconocidos. Palpitan al ritmo de las olas que les dieron nombre. En las venas llevan sal. Sus ojos, brújulas del tiempo, navegan el horizonte.
La noche consume los barcos que se queman en las pupilas de los peatones, que como yo, recorren el malecón. La brisa nos moja los zapatos y entonces nos anclamos en algún rincón a pescar estrellas. Somos anzuelos. Atrapamos la nostalgia de los siglos.
Pensamos en los viajeros que vivieron estos cielos, en los que murieron en San Juan de Ulúa. Nos quedamos quietos porque el recuerdo sangra. Hacemos minutos de silencio y la vida se nos encoge. Imploramos que las olas no se rompan, que nos murmuren las historias de todos los que pisaron estas tierras. Miramos la torre alta que reverbera luz. En el horizonte aparecen bolas de fuego. Grandes naves misteriosas orientadas por el faro. ¡Tierra firme, tierra firme!, ya han encontrado.
* Mar se ha creado el sueño de tener alas de aventurero. No come carne, fuma con el mal tiempo y le gusta viajar y conocer los pueblos por sus cementerios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario